“El ombligo del mundo”, la llaman. Para otros, “ciudad de paso” o “encuentro de extraños”. La siempre intranquila, Tierra Santa, Tierra Prometida… Jerusalén. Eterna Jerusalén.
Para mí, no es tanto un lugar como lo es un “no-lugar”: una arruga en el tiempo; los días no pasan de la misma manera, uno no es el mismo que cuando está en casa, o viviendo en cualquier otro sitio. Es como un universo alterno en el que se vive sin llegar a saber del todo qué es lo que se está viviendo. Cuando uno está ahí, es muy difícil asimilar todo lo que se ve y se experimenta.
“Jerusalén es una ciudad mágica. Se los digo en serio. Te enamora enseguida y te dan ganas de no irte nunca. Me lo advirtieron cuando llegué y es verdad: TE ATRAPA”.
La presencia de la fe te desconcierta, la tengas o no; y es que nunca antes la habías visto manifestada de maneras tan diferentes en un pedazo de tierra tan limitado. Es una abundancia de gracia que casi se palpa. Pero no se explica, no hay manera– simplemente se sabe, se vive y se da por hecho.
Creo que mi mente no llegó a entender profundamente lo que era vivir en suelo sagrado. Me superaba la realidad de que cada Consagración de la cual participaba estaba a menos de 2 kilómetros de donde fue la primera de todas. Y te preguntas: ¿cómo puede uno venir aquí y volver igual? Los cristianos caemos en la cuenta de que no hay manera de querer al Señor de la misma forma después de conocer el lugar donde creció. Supongo que a las personas con otras creencias les pasa lo mismo al conocer y ver sus raíces.
Vivir en Jerusalén convierte cada día en una aventura. Ir a rezar a un Lugar Santo donde pasó lo que estás leyendo; salir a hacer la compra y que el dueño de la carnicería te invite a celebrar el Ramadán con su familia; platicar sobre Jesucristo con un judío ultra-ortodoxo en la entrada del Santo Sepulcro… El choque cultural no deja de sorprenderte nunca: es increíble estar rodeado de mundos tan distintos y ver cómo conviven.
Jerusalén es una ciudad mágica. Se los digo en serio. Te enamora enseguida y te dan ganas de no irte nunca. Me lo advirtieron cuando llegué y es verdad: TE ATRAPA. Es un lugar donde siempre está pasando algo: ya sea un conflicto, una procesión de Ramos o un festival de vino en un museo de arte. No hay espacio para el aburrimiento. Sí, es un ajetreo de cosas a tu alrededor… pero lo es también dentro del alma y el corazón. Ambos serán fuertemente sacudidos por una serie de revelaciones y acontecimientos, y podrá tomar años descubrir todas las maravillas que se pueden sacar de ellos.
Visitar Tierra Santa te lleva unos días… pero vivirla, y vivirla de verdad, te dura una vida entera.
La autora, Paulina, es de México y fue voluntaria en el Visitor Center un año después de terminar la carrera en comunicación, en la Universidad de Navarra.