En los relatos bíblicos acerca de los Patriarcas, Abrahán, Isaac y Jacob, encontramos unas preciosas narraciones acerca de unos clanes nómadas que se desplazan por una tierra árida en busca de agua y pastos para sus ganados. Tanto las costumbres a las que se alude como el contexto sociológico que presuponen encajan perfectamente en lo que sucedía en aquellas tierras en el segundo milenio antes de Cristo. Un milenio en el que la historia antigua nos habla, fuera de la Biblia, del reinado de Hammurabi en Babilonia o, más adelante, de los faraones Hycsos, de origen semita, en Egipto.
En el libro del Éxodo se dice que los israelitas eran duramente tratados por los egipcios en la construcción de las ciudades de Pitom y Ramsés. Hoy día se sabe que Pi Ramsés fue la capital de Egipto construida por el faraón Ramsés II, que reinó desde 1279 hasta 1213 aC. Es decir, hacia la mitad del siglo XIII aC. podrían situarse los acontecimientos relatados en la Biblia acerca de Moisés, la salida de Israel de Egipto, la travesía del Sinaí y el largo camino hacia la tierra prometida.
En torno al año 1000 aC. es cuando la arqueología muestra el surgimiento de una organización estatal que integra las tribus israelitas. En los orígenes de la monarquía es donde el relato bíblico sitúa los reinados de Saúl, David y Salomón. Según el libro primero de los Reyes, a la muerte de Salomón se produjo una escisión entre las tribus y el reino se dividió en dos. La tribus de norte constituyeron el reino de Israel, que pronto establecería su capital en Samaría, y las tribus del sur el reino de Judá, con capital en Jerusalén.
A partir de ahí las historias de ambos reinos discurren en paralelo, hasta que en el año 722 aC. los asirios conquistan Samaría y deportan a la población de Israel, dispersándola por todos los rincones de su imperio. Puede ayudar en enmarcar esta fecha en nuestras coordenadas temporales recordar que, pocas décadas antes, en el año 753 aC., había tenido lugar la fundación de Roma, y que por ese tiempo Homero estaba componiendo la Ilíada y la Odisea.
En el año 701 aC., en tiempos del rey Ezequías, las tropas asirias ponen asedio a Jerusalén, aunque no lograrían conquistarla. Esos acontecimientos están narrados con cierto detalle por el profeta Isaías, testigo de ese asedio, y también en los libros de los Reyes y de las Crónicas. Pero también hay un relato muy detallado de los mismos hechos en los Anales de Senaquerib encontrados en los archivos reales de Nínive.
Finalmente serían las tropas babilónicas las que conquistaran Jerusalén, en dos ocasiones sucesivas, el 597 y 587 aC., y organizaran la deportación de todas las fuerzas vivas de la ciudad a la capital del imperio.
Casi cincuenta años después, el rey persa Ciro II el grande, que había conquistado Babilonia en torno al 540 aC., permitió a los deportados judíos que lo desearan regresar a su tierra y reconstruir el Templo de Jerusalén que había quedado muy dañado en el asedio babilónico y estaba sin culto desde entonces. Durante dos siglos aproximadamente todo el territorio del antiguo reino de Judá quedó convertido en una provincia persa. Mientras tanto, en el resto del mundo, Atenas vivía momentos de esplendor en tiempos de Pericles y más tarde, también en el mundo griego, desarrollaron su actividad filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles.
A partir de la campaña de Alejandro Magno por todo el próximo oriente, entre el 336 y el 323 aC., la influencia de la cultura helenística fue cada vez más intensa. En un primer periodo, Judá estaba controlada desde el Egipto helenístico desde su capital, Alejandría. A partir del 200 aC. fueron los reyes seléucidas de Siria quienes impusieron su sangriento dominio, que terminaría con la insurrección de los Macabeos y el establecimiento de una monarquía propia, los asmoneos, que gobernarían a partir del año 167 aC.
Finalmente, el año 63 aC. el general romano Pompeyo conquistó Jerusalén e impuso la dominación de Roma sobre toda Palestina. Mientras tanto, en Roma brillaban personajes como Cicerón o Julio César.Bajo ese dominio romano, unas décadas después, siento Octavio Augusto emperador de Roma, nació Jesús en Belén. Entonces, como dice san Pablo, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Ga 4,4-5).
Por padre Francisco Varo