Janucá, en hebreo, significa “dedicación”, “inauguración”. Se emplea la expresión “janucat-bait”, por ejemplo, para referirse a la fiesta de estreno de una casa.
Desde hace más de 2000 años, los judíos celebran Janucá el 25 de Kislev – o Casleu, un mes del calendario judío que empieza, según los años, entre la segunda mitad de noviembre y la primera mitad de diciembre. El 25 de Kislev, por lo tanto, cae en general un poco antes de Navidad. Janucá hace memoria del día en que los judíos, guiados por Judas Macabeo, retomaron posesión de Jerusalén y volvieron a dedicar el Templo, antes profanado por el rey macedonio Antíoco IV.
Leemos en el primer libro de los Macabeos:
En la mañana del día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, del año 148, se levantaron de madrugada y ofrecieron el sacrificio prescrito por la Ley en el nuevo altar de los holocaustos que habían construido. Precisamente en la misma hora y día en que se le habían profanado los gentiles fue renovado con cánticos, con cítara, con arpas y con címbalos. (1 Mac 4:52-54)
El año mencionado en esta cita, corresponde al año 148 después de la creación del reino macedonio de Siria, en 312 a.C. por Seleuco I Nicátor, antepasado de Antíoco IV Epífanes.
Por ser una fiesta deuterocanónica, es decir una fiesta que se inició después del período bíblico en sentido estricto, Janucá no es una fiesta equivalente a un Sabbat – con las prohibiciones de trabajar que esto implica – sino más bien un festival que dura ocho días, durante los cuales los judíos suelen encender, después de cada atardecer, una de las velas de un candelabro de nueve ramas, llamado en hebreo Januquiá. Cada luz se enciende con la llama de la rama central, llamada shammash (auxiliar). Por esto Janucá se llama también jag ha-urim – fiesta de las luces. Tiene esto en común con Navidad, que celebra la vuelta de la luz al mundo – o al Templo en el caso de Janucá.
Sobre la existencia de este octavario festivo, estamos informados por los dos libros de los Macabeos:
Finalmente, mandaron Judas y sus hermanos y toda la asamblea de Israel celebrar los días de la renovación del altar a su tiempo, de año en año, por ocho días, desde el veinticinco del mes de Casleu, con alegría y regocijo. (1 Mac 9:59)
Llama la atención con qué rapidez se difundió la fiesta de la Dedicación del Templo fuera de Judea. Lo atestigua el Segundo Libro de los Macabeos cuyo objetivo es recordar a todos la importancia de “cumplir con todo ánimo y buena voluntad [los] preceptos” del Señor. (2 Mac 1:3).
Esta tradición de encender luces de un candelabro hace referencia a un episodio que no viene registrado en las fuentes históricas sino en la literatura rabínica posterior. En forma de agadá (texto exegético), cuenta el Talmud de Babilonia (Sabbat 21b) que, cuando los judíos quisieron volver a encender la llama del Candelabro (Menorá) del Templo, faltaba aceite. De hecho, solo quedaba un frasco de aceite. Milagrosamente, el aceite de este único frasco fue suficiente para alimentar todo el candelabro durante los ocho días de fiesta. Este “gran milagro” viene recordado en la cultura judía popular con un objeto: el dreidel en yiddish o sevivón en hebreo. Es una especie de peonza sobre las caras de la cual vienen inscritas cuatro letras hebreas: la nún, la guimel, la hé y la pé. Son las cuatro primeras letras de las palabras de la frase “un gran milagro ocurrió aquí” (nes gadol haya po).
En la cultura popular moderna, sin embargo, Janucá hace referencia a comida con grasa, sobre todo en la cultura culinaria asquenazí. Se suelen comer, por ejemplo, los latkes o levivot (una pasta frita de patatas con cebolla) y las famosas sufganiás o dónuts.
¡La relación entre estas costumbres culinarias y la fiesta de Janucá daría para otro artículo!
Por Henri Gourinard