Jesús, un día, “mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores” (Mc 1,16). Más adelante, en circunstancias muy parecidas llamó Jesús a los hijos de Zebedeo. “Y dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se fueron tras él” (Mc 1,20).
Simón-Pedro y su hermano Andrés, Juan y su hermano Santiago, eran discípulos del Bautista, quién les invitó a seguir a Jesús. Un primer encuentro entre Jesús y estos cuatro primeros discípulos ya había ocurrido en las riberas del Jordán (Jn 1,35-51). Les preguntaron donde moraba: “venid y veréis”, les contestó Jesús.
Después regresaron a Galilea, mientras Jesús se dirigía al desierto, para ser tentado por cuarenta días (Mt 4,1-11). Al regresar a Galilea, Jesús estuvo algunos días en Nazaret -quizá para despedirse de su Madre (Mt 4,12). A continuación, leemos en el evangelio de San Mateo, Jesús “se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí.” ¿Cuál fue la razón por la que Jesús eligió vivir en este pequeño puerto, al norte del lago de Tiberíades? Cafarnaún se encuentra en la ribera occidental del río Jordán, que cruza el lago de par en par. El alto río Jordán, servía de frontera natural en la época de Jesús, entre la Galilea bajo el poder de Herodes Antipas la mayoría judía y los territorios del tetrarca Felipe de población pagana. Además, justo encima del pueblo de Cafarnaún, pasaba la Vía Maris, principal eje de comunicación, entre Cesárea Marítima en la costa y Damasco en el interior de las tierras. No nos sorprendente, por lo tanto, encontrarse con Mateo, un recaudador de impuestos, en este puesto fronterizo, Cafarnaún.
También la ubicación de Cafarnaún, a cierta distancia de los centros de poder político de Herodes Antipas (Tiberíades y Séforis) permitía a Jesús moverse con cierta libertad en los pueblos judíos de los alrededores: Corozaín, Magdala, Betsaida etc.
Un día, estando Jesús en Cafarnaún, pasó Jesús por la casa de Pedro, o mejor dicho de su suegra. Ella estaba en la cama con fiebre. Jesús, tomándola por la mano la curó. Podemos imaginar que, agradecida por su curación, forzó a Jesús a quedarse en su casa. De ahí en adelante, la casa de Pedro se transformó en centro de operaciones de Jesús y sus discípulos: “toda la ciudad se agolpaba en la puerta” (Mc 1,33) para escuchar al Maestro y traerle enfermos y poseídos para que les impusiera las manos.
Construida con piedras volcánicas, la casa de Pedro no se distinguía de las otras moradas de pescadores en Cafarnaún. Después, Simón Pedro siguió a Jesús hasta Jerusalén, excepto durante un breve paréntesis después de la resurrección del Señor (Jn 21), es probable que Pedro no haya vuelto a la casa de su familia. Después de Pentecostés, el jefe de los apóstoles presidió a la expansión de la Iglesia en Judea y Samaria antes de viajar a Roma donde murió mártir.
Los habitantes de Cafarnaún quisieron entonces resaltar la importancia de la “Casa de Pedro”. Las paredes se cubrieron con cal blanca, en la que peregrinos venidos de lejos empiezan a grabar grafitis, en varias lenguas, para honrar la memoria de este gran pescador de Galilea, en el que Jesús confió, para fundar su Santa Iglesia.
Por Henri Gourinard