David, antes de ser rey, había entrado en el servicio del rey Saúl. En el palacio, David solía tocar la lira para apacentar las crisis de ansiedad del rey. Allí se hizo amigo de Jonatán, hijo de Saúl. Pero David, por sus victorias contra los filisteos – en particular contra Goliat – llegó a ser más popular que el rey. Un día al volver de una victoria, las hijas de Jerusalén cantaron: “Saúl mató sus mil, pero David sus diez mil.” (1 Sm 18,7) Se irritó mucho Saúl contra David. Meditaba cómo matarle. Cuando se enteró de esto Jonatán avisó a David en secreto para que se escapara. Durante varios años, vivió David como un paria, siempre con el riesgo de caer en manos del rey Saúl. La Biblia relata sus andanzas por el desierto de Judea.
Curiosamente no falta el agua en el desierto de Judea. Si es cierto que llueve menos de 150 mm al año en Ein Gedi, hay que tomar en cuenta que llueve hasta cuatro veces más en los montes de Judea, encima del desierto. El agua que cae abundante en la cumbre de aquellos montes se dirige por una parte hacia el Mediterráneo, al oeste y, por otra parte, hacia el Mar Muerto, al este.
El profeta Ezequiel se hace eco de aquella realidad: “y me dijo: Hijo de hombre, estas aguas van a la región oriental, bajan al Arabá y desembocan en el mar, en aquellas aguas pútridas, y éstas se sanearán.” (Ez 47,8)
La vertiente árida de la cordillera de Judea-Samaria, aunque de clima árido está entrecortada por varios arroyos. Algunos, como el Cedrón, llevan agua todo el año; otros, sólo cuando cae una lluvia fuerte en los altos de Judea. Ein Gedi cuenta además con la presencia de dos fuentes de agua viva: Ein Gedi y Ein Arugot. Tienen agua en tal abundancia que se empezó a comercializar. Todo israelí conoce las botellas de 2 litros del agua de Ein Gedi embotellada en el kibutz del mismo nombre.
Derecha: Caída de agua de Nahal David arriba de Ein Gedi, en primavera. Foto: Jorge Barroso, 2023.
Abajo: Ibex Capra. La cabra salvaje de Nubia tiene su hábitat natural en todo el desierto del Negev y en los entornos del Mar Muerto. Se le llama gadi (de ahí Ein Gedi, la fuente de la cabra”) o ya’el en hebreo. Créditos: easyvoyage.co.uk
Tanta agua en el desierto no pasa desapercibida. Lógicamente, desde siempre el oasis de Ein Gedi atrajo poblaciones. El testigo más antiguo de una presencia humana son los restos de un templo de la edad del calcolítico (cuarto milenio a. C.).
“Un día, “subió David y se estableció en los lugares fuertes de Engadi”, es decir Ein Gedi (1 Sm 24:1).
Los arqueólogos encontraron los restos de dos fortalezas de la época israelita en los alrededores de Ein Gedi. Sin embargo, no fue en estas fortalezas defendidas por los soldados de Saúl dónde David escogió esconderse, sino en una de las numerosas cuevas talladas en las laderas de los montes que bordean el arroyo de Ein Gedi.
Monte Yishai (Jesé) dominando el arroyo de Ein Gedi. En el fondo, el Mar Muerto y los Montes de Moab, en Jordania. Foto: Henri Gourinard, 2021.
“De vuelta Saúl de perseguir a los filisteos, supo que David estaba en el desierto de Engadi, y tomando tres mil hombres escogidos de entre todo Israel, iba en busca de David y los suyos por el roquedo de Ye’alim [de las cabras salvajes]: y llegado a unos rediles que había junto al camino, entró en una caverna que allí había para hacer una necesidad” (1 Sm 24,2-4)
En aquella cueva donde se escondían David y sus compañeros; se resistió David a la tentación de deshacerse de quien le perseguía desde hacía tanto tiempo. Tenía gran respeto por la persona del rey, ungido por Dios. Pero, para que constara a Saúl que le perdonó la vida cuando le hubiera podido matar, “David se levantó y, acercándose calladamente cortó la orla del manto de Saúl.” (1 Sm 24,5)
Ya alejado Saúl de la cueva: salió David gritando “¡Oh rey, mi señor!” (1 Sm 24,9) y se postró en tierra en señal de reverencia hacia la función real de Saúl. Sigue entonces un diálogo trágico en el que Saúl llama a David “mi hijo”. A pesar de esto y de su juramento, Saúl seguirá persiguiendo a David hasta su muerte trágica con su hijo Jonatán en una batalla contra los filisteos (1 Sm 31).
Por Henri Gourinard