El profeta Ezequiel

Feb 21, 2025

Ezequiel era hijo del sacerdote Buzí, y también él mismo fue sacerdote. El año 597 a.C., siendo todavía joven, formó parte del grupo de los primeros deportados a Babilonia por Nabucodonosor. Cinco años después, el 593, al cumplir los treinta años, es decir, a la edad en que debería haberse incorporado a las funciones sacerdotales, tuvo una visión junto al río Quebar, cerca del Éufrates, que le supuso una profunda transformación interior. A partir de ahí se inicia su intensa actividad profética que ayudó mucho a mantener entre los deportados la fe en el Señor, Dios de Israel.

Profeta Ezekiel por Michelangelo

Profeta Ezekiel por Michelangelo

Ezequiel ilumina la situación de los deportados sirviéndose de un lenguaje de visiones celestes, alegorías y grandiosas imágenes que proporcionan un tono singular a su libro. De entrada, proclama que la causa del destierro no ha sido otra que la infidelidad del pueblo a la Alianza y al amor de Dios. A pesar de todo, Dios se mantiene fiel: «Yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una alianza eterna (…). Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor» (Ez 16,60.63).

La nueva situación que Dios va a crear con su pueblo puede ser descrita en términos de «resurrección». Así lo expresa con la imagen de los huesos secos que el Espíritu de Dios hace revestirse de nervios y de carne, hasta revivir. El futuro va a ser distinto del pasado. Comienza para Israel una época nueva: «He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel […]. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor (Ez 37,12.14).

Visión de Ezequiel la resurrección de la carne, Museo del Prado

Visión de Ezequiel la resurrección de la carne, Museo del Prado, Madrid.  ©Photographic Archive Museo Nacional del Prado.

Desde el destierro, Ezequiel explica que la gloria del Señor ha abandonado el Templo de Jerusalén (Ez 11,23), que había sido profanado por las tropas babilónicas. Sin embargo, el profeta anuncia para más adelante la llegada de un nuevo Templo. Lo contempla en una visión donde se concretan las nuevas medidas, sus dependencias, el personal que lo atiende y los sacrificios que se han de realizar (capítulos 40 a 48). De ese Templo brota una fuente de aguas que purificarán hasta la tierra más reseca y la harán extremadamente fértil. 

Mientras tanto, en el destierro no hay Templo. El culto a Dios se suple por el cumplimiento de la Torah. Pero el profeta, con la experiencia de lo sucedido, reconoce que el pueblo por sí mismo no puede cumplir la Ley. Por eso espera una renovación interior: «Yo os daré un corazón nuevo […]. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez 36,26-27). 

Por don Francisco Varo Pineda,sacerdote

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