Más de un peregrino que visita el Santo Sepulcro se queda perplejo ante la complejidad de aquella iglesia encerrada dentro un conjunto de edificios anexos y en la cual la multiplicidad de las capillas parece poner en segundo plano los dos principales lugares de la historia de la Salvación: el Calvario donde Jesús entregó su vida para la humanidad y la tumba vacía donde resucitó de entre los muertos.
La razón es que la Iglesia del Santo Sepulcro, tal como se la puede contemplar hoy, es el resultado de una larga historia de construcciones, destrucciones y restauraciones. Para no perderse en tanta complejidad conviene visitar el monumento con el texto del Evangelio entre manos.
Son pocas, pero relativamente precisas, las indicaciones sobre el contexto geográfico de la muerte y resurrección del Señor que nos proporcionan los Evangelios.
Jesús fue llevado a un lugar llamado Gólgota para ser crucificado (Jn 19:17). Por ser un lugar habitual de ejecución de condenas a muerte se encontraba fuera de las murallas de la ciudad, aunque a poca distancia y, probablemente, a proximidad de una calle principal o de una puerta de la ciudad. Nos dice san Juan que el título de la condena lo podían leer muchas personas (Jn 19:20).
No se trataba de una colina sino de un montículo aislado de roca dentro de una cantera abandonada. De ahí que la Capilla actual del Calvario no se eleva a más de tres o cuatro metros encima del suelo de la basílica. Esta antigua cantera había servido para construir las murallas de Jerusalén en los tiempos del rey Ezequías y del profeta Isaías (finales del siglo VIII a.C.). Los picapedreros habían dejado de lado este trozo de roca del que no conseguían extraer ningún bloque de calidad. Hoy, el visitante del Santo Sepulcro puede ver, detrás de un cristal la roca agrietada del Gólgota. Sobre esta piedra desechada por los constructores ha sido plantada la Cruz (cfr. Mateo 21:42// Salmo 118:22).
Otro detalle que no deja de sorprender los peregrinos: la poca distancia entre el sepulcro de Cristo y el Calvario. San Juan escribe: “Había cerca del lugar donde fue crucificado un huerto y en el huerto un sepulcro nuevo…” (Jn 19:41). En su parte occidental, la cantera abandonada había sido transformado en necrópolis. Tumbas de la época de Jesús todavía se pueden ver alrededor del Santo Sepulcro. Detrás del edículo de la tumba de Cristo, en la capilla de los siriacos, hay un agujero en la pared que conduce a una sala oscura. A la luz de una lámpara de aceite se puede ver varios agujeros horizontales tallados en la roca, en forma de hornos de pan. Dos tumbas destacan, por lo que la piedad popular las identificó como las tumbas de José de Arimatea y de Nicodemo, dos miembros del Sanedrín y discípulos de Jesús en secreto, que fueron delante de Pilatos para reclamar el cuerpo muerto de su maestro. La existencia de estas tumbas de la época de Jesús constituye la prueba arqueológica que el lugar escogido por Constantino para construir su basílica se encontraba fuera de las murallas de la ciudad cuando fue crucificado Jesús ya que en las ciudades judías los muertos se enterraban siempre fuera de la ciudad.
Constantino y Elena, después de haberse informado sobre la ubicación exacta del Gólgota y de la Tumba, hicieron construir la primera basílica del Santo Sepulcro. Los arquitectos tuvieron que derrumbar el templo pagano erigido sobre el lugar por el emperador Adriano. Arrasaron también la roca alrededor de la tumba de Cristo y del lugar de la crucifixión. La tumba fue después protegida dentro un edículo de mármol y rodeada de una rotunda inmensa con columnas y cúpula.
Han sido muchas las generaciones de peregrinos que, a lo largo de la historia, han hecho la fila alrededor de este edículo con la esperanza de poder rezar solo unos pocos segundos sobre la tumba del Señor.
Por Henri Gourinard