Las alianzas de Dios con el hombre
Una alianza es un acuerdo bilateral en el que cada una de las partes contratantes asume seriamente algún compromiso. En el próximo oriente antiguo, los tratados de alianza entre jefes de clanes nómadas, o también entre naciones y reinos, establecían acuerdos entre personas o grupos humanos. El compromiso podría girar en torno a cuestiones muy diversas, como intercambios comerciales o de productos, pago de unos tributos a cambio de ayuda militar cuando fuera requerida, o incluso estipulaciones matrimoniales entre familias. Estos tratados tenían una connotación religiosa pues se ponía a los dioses como testigos de lo pactado.
Dios, que conoce la fuerza que tenían entre aquellas gentes los compromisos ligados a este tipo de pactos, condesciende a hacer alianzas con los hombres para dejar clara la seriedad de sus promesas.
En el libro del Génesis se menciona una alianza con Noé (Gn 9,9-17) aunque es este caso no es un compromiso bilateral. Se trata más bien de la ratificación de una promesa realizada por el Señor de que nunca habrá otro diluvio para destruir a los seres vivos de la tierra, sin contraprestaciones requeridas a Noé y sus descendientes.
También en el Génesis se dice que el Señor hizo una alianza con Abrahán mediante un ritual en el que se comprometía a darle a su descendencia la tierra donde vivía (Gn 15,7-21) y otra, también con él, para ratificarle la promesa de una descendencia numerosa (Gn 17,2-14) en la que la circuncisión sería la señal del compromiso asumido (Gn 17,11).
No obstante, la alianza bíblica por excelencia, la que constituye a Israel como pueblo de Dios, es la que se narra en el libro del Éxodo tras la liberación de la esclavitud de Egipto. En el Sinaí Dios entregó la Ley a Moisés, y se ratificó el acuerdo de cumplirla inmolando algunos animales y rociando al pueblo con la sangre de las víctimas (Ex 24,3-8). El pueblo prometió cumplir todo lo que había mandado el Señor, y Dios se comprometió a cuidarlos como pueblo de su propiedad.
Sin embargo, en los siglos siguientes, los profetas dejan constancia de tantos pecados y traiciones que, como señala Isaías, “se ha roto la alianza” (Is 33,8). Por su parte Jeremías llamaba con urgencia a ser fieles a lo pactado: “escuchad las palabras de esta alianza y llevadlas a la práctica” (Jr 11,6). Pero no le hicieron caso. Por eso, como consecuencia de las repetidas infidelidades del pueblo, se da por rota esa alianza. Pese a todo se anuncia una nueva, que durará para siempre: “esto dice el Señor Dios: Haré contigo como has hecho tú, que has menospreciado el juramento, has violado la alianza. Pero Yo todavía recordaré la alianza que hice contigo en los días de tu juventud y estableceré contigo una alianza eterna” (Ez 16,59-60; cf. Jr 31,31-33).
El mediador de la alianza del Sinaí había sido Moisés. El mediador de esta alianza nueva y eterna es Jesucristo (Hb 9,14-15). Esta nueva Alianza entre Dios y la humanidad ha sido ratificada no con la sangre de unos animales sacrificados, como la del Sinaí, sino con la sangre de Cristo derramada en la Cruz.
El sacrificio redentor de Cristo se actualiza sobre el altar cada vez que se celebra la Santa Misa. En la consagración, el sacerdote presta su voz a Cristo para repetir en su nombre las palabras que pronunció en la última cena mientras tenía el cáliz en sus manos: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”.
Por padre Francisco Varo Pineda