El cierre de la iglesia del Santo Sepulcro ha sido una de las imágenes más impactantes para los cristianos de Jerusalén y del mundo entero. Allí dentro han quedado las comunidades de franciscanos, ortodoxos y armenios que han celebrado la liturgia de estos días santos sin los fieles. Esto no ocurría desde que, en el siglo XII, el sultán Saladino reconquistó la ciudad de Jerusalén y cerró la iglesia del Santo Sepulcro, dentro de la cual quedaron sólo las comunidades religiosas de las distintas confesiones cristianas.
Este año la Semana Santa ha sido singular para todos debido a la situación de confinamiento por la crisis sanitaria del Covid 19. Las tradiciones típicas de estas fiestas en muchas partes del mundo y las ceremonias solemnes en las iglesias no han podido tener lugar y la mayoría de fieles han tenido que contentarse con seguir las celebraciones online desde sus casas. En Jerusalén, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa pudieron celebrar a puerta cerrada la liturgia de estos días en los Lugares Santos.
El Domingo de Ramos, el Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, Mons. Pierbattista Pizzaballa, presidió la misa a puerta cerrada en el Santo Sepulcro junto con algunos frailes y seminaristas. Por la tarde, se dirigió al santuario de Dominus Flevit, en el Monte de los Olivos. Desde allí, Mons. Pizzaballa pronunció una oración especial acompañado de una representación del clero local y bendijo la Ciudad Santa de Jerusalén con una reliquia de la Santa Cruz. Todo ello lo pudieron seguir fieles del mundo entero por streaming.
En una entrevista, el Administrador Apostólico reconocía que hay un aspecto bello en toda esta situación porque, puesto que todo está en calma y el ritmo es más lento, “se puede disfrutar de la oración de una manera más profunda”. Sin embargo, lamentaba el hecho de que no haya gente, pues la Eucaristía sin la comunidad cristiana es una celebración “rota”.
El Miércoles Santo, en el Santo Sepulcro, la comunidad de frailes franciscanos siguió la antigua tradición de venerar la Columna de la Flagelación, en la que Jesucristo fue azotado. Por su parte, la comunidad de Getsemaní celebró ese mismo día misa con el canto de la Pasión. En ambos casos, los fieles no pudieron asistir como hicieran otros años.
Lo mismo ocurrió con las celebraciones del Jueves Santo. Durante la Hora Santa en Getsemaní, el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, quiso destacar: “Sabemos que en este momento especialmente difícil para toda la humanidad, muchos de nuestros hermanos, como Jesús la noche del primer Jueves Santo, sienten angustia, están sudando sangre y viviendo la hora de su agonía, de su lucha por seguir confiando en el Padre y por entregarse totalmente a las manos del Padre, como Jesús y junto a Jesús. También nosotros, con Jesús, rezamos: «¡Abba!, Padre : tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres»” (Mc 14,36).
El Viernes Santo, Mons. Pizzaballa presidió la ceremonia en el Santo Sepulcro que consistió en liturgia de la palabra, adoración del relicario que contiene la Cruz y comunión. Ese mismo día el Custodio, fray Francesco Patton, dirigió el Via Crucis por la Via Dolorosa con la única compañía de otros tres franciscanos, fuerzas de seguridad y periodistas. Por la noche, en el Santo Sepulcro se representa el descendimiento de la cruz, unción y sepultura de Jesús haciéndolo con una imagen que se deja en una sábana sobre la piedra que cubre el Sepulcro hasta la resurrección el día de Pascua.
La Vigilia del Sábado Santo en Jerusalén es la primera en todo el mundo, ya que se celebra a las 8 de la mañana debido a una tradición que se mantiene por el Statu Quo. Se considera “la madre de todas las Santas Vigilias”. El domingo, en su homilía de la misa de Pascua, Mons. Pizzaballa destacó:
“No poder celebrar la salvación durante este Triduo Santo, en este contexto de miedo e incertidumbre, nos hace aún más conscientes de nuestra fragilidad y de nuestros límites (…) Pero, en este momento de grandes dificultades y de soledad, quizá sentimos más nuestras las palabras de Marta dirigidas a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.» (Jn 11,21). ¡Cómo nos pesa esta soledad, qué difícil es dejarnos guiar por Él por estos senderos desconocidos! Pues bien, nosotros aquí y ahora, frente a esta tumba vacía, queremos gritar: Señor, tú no nos has abandonado en brazos de la muerte. La tumba está vacía. Ya no estás encerrado en el sepulcro porque sabemos que Tú, Señor, estás vivo y estás aquí con nosotros. Tu amor nos sostiene, ilumina nuestras vidas y conforta nuestras frágiles esperanzas”.
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