La Ciudad de David

Ago 19, 2024

Tras la muerte de Saúl, los ancianos de Judá proclamaron a David rey en Hebrón, y más tarde, las tribus del norte lo reconocieron también como rey de Israel.

El libro segundo de Samuel informa de la toma de la ciudad de Jerusalén por las tropas de David: “El rey y sus hombres marcharon sobre Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban el país, y éstos le dijeron: no entrarás aquí; los ciegos y los cojos bastarán para rechazarte (era una manera de decir que David no entraría). Pero David conquistó la fortaleza de Sión, es decir, la ciudad de David. Y aquel día dijo: el que quiera matar a los jebuseos que llegue hasta el canal. En cuanto a los cojos y a los ciegos son enemigos de David. Por eso se dice: los ciegos y los cojos no entrarán en la casa del Señor. David se instaló en la fortaleza y la llamó ciudad de David. Después construyó un muro alrededor, desde el terraplén hacia el interior” (2 S 5,5-9). 

Terraplén, en la Ciudad de David, Jerusalén, Wikicommons

Terraplén, en la Ciudad de David, Jerusalén, Wikicommons

En las excavaciones de la ciudad de David en Jerusalén se ha descubierto una galería que, a través del llamado “pozo de Warren”, comunica el interior de la ciudad jebusea con la fuente de Guijón, de donde se abastecía de agua la ciudad y que quedaba fuera de las murallas. A través de ese pozo y el consiguiente túnel se podía acceder al interior de la ciudad aunque las murallas estuvieran bien protegidas. Todavía hoy se puede contemplar el terraplén del que habla el texto, situado en las laderas del Ofel.

Ciudad de David Pozo de Warren, foto por Deror Avi

Ciudad de David Pozo de Warren, foto por Deror Avi

La conquista de Jerusalén fue un acontecimiento de notable importancia política y religiosa. Como hasta ese momento había estado en poder de los jebuseos no correspondía a ninguna de las tribus israelitas, era por tanto una ciudad neutral, ideal para establecer en ella la capital sin que ninguna tribu se viera favorecida por la elección. Una vez establecida en ella la corte, también se llevó a cabo un primer intento de centralización del culto con el traslado del Arca a Jerusalén.

Desde entonces, la ciudad de Jerusalén ocupa un lugar central en los libros de la Biblia, como capital política y religiosa y, sobre todo, como símbolo teológico. El Señor reina en Jerusalén, convertida en ciudad santa desde el traslado del Arca, y elevada a sede de la morada de Dios y de la dinastía davídica. Del mismo modo que el Señor eligió a Israel para ser su pueblo y a David para iniciar la dinastía, eligió también Jerusalén para ser “la ciudad del Señor”. De esta manera se inicia la consideración teológica de Jerusalén, engrandecida cuando el pueblo permanece fiel y destruida cuando la infidelidad del pueblo trae consigo el castigo del destierro (s. VI a.C.).

La ciudad santa de Jerusalén, en la que Jesús culminó su obra redentora, no pierde protagonismo en el Nuevo Testamento. También el reino de Dios, instaurado por Jesucristo, ve en la nueva Jerusalén, celestial y escatológica, su capital ideal. El autor del Apocalipsis escribe: “Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: —Ésta es la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó” (Ap 21,3-4).

Por don Francisco Varo, sacerdote

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