En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
Lucas 2:1-5
Para llegar a Belén, lo más probable es que la Sagrada Familia escogiera el camino que pasa por el Valle del Jordán. Después de Jericó, el sendero sube unos mil metros de desnivel antes de llegar a la cumbre del Monte de los Olivos. A medio camino los viajeros podían pasar la noche en una posada construida cerca de una cisterna natural. En la época cruzada (siglo 12) la llamaban la “Cisterna Roja”. Hoy en día, el lugar se llama Khan el-Ahmar – “la Posada Roja”. Bien puede haber sido el escenario que escogió Jesús para su parábola del Buen Samaritano.
Unas leyendas antiguas, a propósito de esta parábola, sugerían que el color rojo de la roca se debía a la sangre de los viajeros derramada por los bandidos que – como en la parábola del Buen Samaritano – infestaban el distrito.
Cerca de aquella posada, unas grutas talladas en roca podían acoger, en aquel tiempo, grupos de viajeros, cuando la posada rebosaba y no había lugar para todos en sus habitaciones.
Cueva usada por beduinos en Ma’aleh-Adumim, al este de Jerusalén. En frente de la entrada, se ven los restos de un corral hecho de piedra (Henri Gourinard, 2021)
Más adelante, bordeando la calzada antigua, todavía se pueden ver grutas de este tipo, usadas ahora como refugio por los beduinos de la zona y sus rebaños. La orografía del lugar explica la existencia de aquellas cuevas. Los montes de los alrededores están hechos de roca caliza, una roca blanda que se erosiona rápidamente con el contacto del viento y la lluvia. Su parte superior, sin embargo, más dura, resiste mejor a los elementos. Se crean entonces una especie de recovecos, que vienen cubiertos por un techo natural hecho de esta parte más dura. Debajo de esta cubierta dura, los hombres fueron excavando en la caliza, formando así unas cuevas seminaturales, a veces muy profundas, como veremos en el caso de las cuevas de Belén.
Camino de Belén, no es imposible que José y María se detuvieran en la casa de Zacarías e Isabel. Ein Karem, en efecto, queda a ocho kilómetros de Jerusalén y a un poco más de diez de Belén. Si tal fue el caso, esta vez quizás fue Isabel quien atendió a su prima a punto de dar a luz al Niño. Pero José hubiera insistido para retomar el camino hacia Belén lo más temprano posible para poder hacer los trámites de alojamiento antes de la puesta del sol.
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
Lucas 2:6-7
Quizá fue el alboroto de tanta gente de la tribu de Judá presentes en Belén para empadronarse, o quizá fue una decisión tomada entre José y su esposa – los “alojamientos” llenos a rebosar no ofrecían la intimidad necesaria para que María diera luz a su Hijo… Sea cual sea el motivo, se dirigieron los dos hacia las afueras del pueblo y escogieron una de estas cuevas de las que hemos hablado para alojarse.
Pero cuando el Niño nació en Belén, como José no pudo encontrar alojamiento en el pueblo, se instaló en cierta cueva cercana a la aldea; y mientras ellos estaban allí, María dio a luz al Cristo y lo colocó en un pesebre, y allí lo encontraron los Magos que venían de Arabia.
San Justino Martir (siglo 2 d.C.), Diálogo con Trifón.
La iglesia de la Natividad de Belén fue construida sobre una red muy extensa de este tipo de cuevas. Algunas fueron ensanchadas por los cristianos y asociadas a varias tradiciones (la gruta de los Santos Inocentes, la cueva de San Jerónimo, etc). Otras – como la del Pesebre – ya existían en la época del Nacimiento de Jesús.
José la acondicionó lo mejor que pudo. En ella, nos cuenta una antigua tradición cristiana, se encontraba un buey que – junto con el burro que llevaba San José – calentó con su aliento al Niño recién nacido.
Por Henri Gourinard