Las tierras de la Biblia

Ene 16, 2023

En la orilla oriental del Mediterráneo se extiende una franja de tierra fértil que desde los albores de la historia ha sido lugar de paso habitual para las ca­ravanas que, a través de inmensas extensiones de desierto, hacían su ruta entre Egipto y Mesopotamia. Dios prometió esa tierra a Abrahán: «Toda la tierra que divisas la daré para siempre a ti y a tu descendencia» (Gn 13,15). Para los descendientes de Abrahán aquella tierra no es, pues, un país cualquiera, es una Tierra Santa.

En la zona norte está la región de Galilea. Sus coli­nas están cubiertas de viñas y oli­vos, y en algunos valles se cultiva trigo o cebada. La cizaña brota a veces en los campos de cereal. Entre las plantas silvestres más frecuentes están los lirios, que en primavera salpican el campo y lo visten de alegría.

Mar de Galilea

Al sur de Galilea, y separado por el Valle de Esdrelón (también llamado de Yizreel), hay un macizo central de colinas y montes bajos sobre el que se extiende la región de Samaría, limitada al oriente por el valle del río Jordán y al oeste por el Mar Mediterráneo.

En el sur, Judea es una región montañosa de paisaje adusto. Una parte importante de su territorio lo ocupa el desierto de Judá, en la zona oriental, hacia el Mar Muerto. Se trata de un territorio de suelo quebrado, con colinas escarpadas rotas por profundos wadis o gargantas abiertas por torrentes. En las zonas más cercanas al Mar Muerto, una profunda depresión de hasta 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo, con suelos áridos y cubiertos de sal, se encuentran algunos de los parajes más desolados del mundo.

En las montañas de Judea se cultivan olivos, y en las colinas y campos hay amplias plantaciones de viñas. También se pueden encontrar abundantes higueras y unos árboles parecidos, pero más robustos y de mayor tamaño, típicos de la región, llamados sicómoros. En el valle del Jordán y algunas zonas próximas al Mar Muerto abunda la palmera para la obtención de dátiles.

Hace dos mil años, las dos ciudades más importantes de Judea eran Jerusalén y Jericó. Una vía romana que no cesa de su­bir para salvar el desnivel de más de mil metros de altura que hay entre ellas las unía a través del desierto de Judea. Cuando el viajero llegaba a los umbrales de Jerusalén, en la aldea de Betania, se encontraban las primeras fuentes y árboles donde gozar de una sombra re­frescante.

Vista desde el Herodion por Eyal Asaf

Betania está separada de Jerusalén por el Monte de los Olivos. Cuando se alcanza la cumbre, el caminante queda deslumbrado por el bellísimo pano­rama que encuentra a sus pies. Abajo el torrente de Cedrón, y junto a él, el huerto de Getsemaní con sus viejísimos olivos y el molino de aceite. Al otro lado, el Templo brillaba con toda su gran­deza, con su inmensa explanada y sus grandiosas construcciones. En la ladera y en las colinas de alrededor, las casas de la vieja Jerusalén ofrecían y aún hoy ofrecen un panorama entrañable y difícil de olvidar.

Durante el imperio de Augusto y Tiberio, en la tierra de Israel nació y vivió un joven judío llamado Jesús, que pasó la mayor parte de su vida en Nazaret. El Hijo de Dios hecho hombre pisó el polvo de sus caminos, soportó el calor aplastante de su sol en verano, disfrutó de la sombra de sus árbo­les, gustó la dulzura de sus hi­gueras y viñas, gozó del refresco de sus aguas.

Padre Francisco Varo Pineda

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