De todos los edificios de Tierra Santa, la basílica de la Natividad en Belén es quizá el edificio que mejor resistió al paso del tiempo.
La primera basílica fue erigida por Constantino y Elena, a principios del siglo IV sobre la gruta donde nació Jesús. Menos de dos siglos después ya estaba en ruina, quizá en consecuencia de unas revueltas de los Samaritanos. El emperador Justiniano (r. 527-565) – al mismo tiempo que ordenaba la construcción de Santa Sofía en Constantinopla – lanzó la obra de restauración de la basílica de Belén. Desde entonces, la iglesia resistió a cantidad de terremotos, incendios y conquistas militares.
En 714, los ejércitos del rey de Persia Cosroes I invadieron Siria, Palestina y Egipto. A diferencia de otras guerras entre Roma y Persia, ésta tuvo un carácter de guerra total y religiosa. En consecuencia, los invasores adoptaron una política de destrucción sistemática de las iglesias cristianas, a las que veían como símbolo del poder del emperador. Milagrosamente, la basílica de la Natividad fue preservada.
En Belén, se cuenta que los persas, al ver, sobre la fachada de la iglesia de la Natividad, una representación de los Magos vestidos según la moda de su país, decidieron salvar el templo de la destrucción. Aunque, a primera vista, esta tradición oral tiene aspecto de leyenda urbana, existe un texto antiguo que confirma los hechos. En el siglo IX, un sínodo se reunió en Jerusalén para acabar de una vez con la herejía iconoclasta. Para justificar la veneración de los iconos, los obispos del sínodo relatan este milagro.
“Los persas paganos, al llegar a Belén, vieron con asombro la imagen de los magos, observadores de las estrellas y compatriotas suyos. Movidos por el respeto y el afecto hacia sus antepasados y venerándoles como si estuvieran vivos, salvaron la iglesia.” (citado por Vincent & Abel, p. 128).
El mismo texto del sínodo añade que, la fachada oeste de la basílica – es decir sobre la puerta monumental de la entrada – estaba ornada con unos mosaicos que representaban el Nacimiento de Cristo – con la Virgen llevando a su Hijo sobre su regazo – y la Adoración de los Magos. Para hacerse una idea más precisa de esta escena de la Adoración de los Magos, tenemos que comparar con otro edificio también erigido por el emperador Justiniano: la basílica de San Apolinar in classe, en Rávena (norte de Italia).
El muro norte de la nave de San Apolinar todavía conserva una magnífica obra de mosaicos en los que se puede admirar a la Virgen María, sentada en un trono con el Niño sobre su regazo, rodeada de dos pares de ángeles en vestiduras blancas. A la izquierda, se acercan tres hombres con vestidos de colores vivos típicamente persas: una túnica corta con pantalones ajustados y un gorro frigio. Según la costumbre oriental, presentan sus regalos al Niño-Dios con las manos envueltas en su capa.
En varios sarcófagos de la misma época, como el de la iglesia de San Vitale, también en Rávena, la escena de la Adoración de los Magos viene representada con los mismos detalles que en el mosaico.
El tema iconográfico de los tres Magos presentando sus regalos resultó tan popular que la emperatriz Teodora lo hizo representar en los pliegues de su vestido, como podemos ver en la basílica de San Apolinar.
Hoy en día, la fachada de la basílica justiniana queda parcialmente tapada por el convento armenio y los contrafuertes del campanario cruzado. A duras penas se puede adivinar los restos de la majestuosa fachada justiniana con sus tres puertas monumentales. Encima de ellas se extendía este mosaico de la Adoración de los Magos que hizo que los invasores persas reconsiderasen su proyecto de derrumbar la basílica de la Natividad.
Por Henri Gourinard