Hasta el siglo XIII muchos teólogos pensaron que María fue concebida con el pecado original y que posteriormente, como Juan Bautista y otros, fue sanada en el vientre materno. Incluso así lo expresa Tomás de Aquino diciendo “si el alma de la santísima Virgen María no hubiera estado nunca manchada con el pecado original sería en detrimento de la dignidad de Cristo, salvador universal de todos.” (STh III, 27, 1 ad 2)
Fue un franciscano, Juan Duns Scoto, quien puso las bases de esta nueva expresión “Dios podía crear a la Virgen en el estado de pureza original; era conveniente que fuese así; por tanto, lo hizo”.
La Concepción Inmaculada de María es el comienzo del Nuevo Testamento. El tiempo de la promesa de redención para toda la humanidad, el cumplimiento del protoevangelio en el cual la Mujer aplastará la cabeza de la serpiente, unida a la redención de la humanidad.
María, la Mujer, no estuvo nunca bajo el dominio del pecado. Eva y sus descendientes sí.
El hombre en su origen fue creado sin pecado, para que no muriera, sino que viviera feliz en Edén. Pero no quiso. Sin embargo, María es la única criatura humana que no teniendo pecado original asume la plenitud de la raza humana. Ella es radicalmente Mujer, con la máxima libertad y plenitud personal creada.
Por lo tanto, María fue la primera y única criatura humana que cursó toda su vida según el modelo original de Dios Padre. Por eso sabemos que su naturaleza estuvo dotada de los dones preternaturales como los de Sabiduría, Integridad, Inmortalidad, Impasibilidad y perfecto dominio sobre los animales, durante toda su vida en la tierra.
Todo fue posible sólo por la anticipación en el tiempo de los méritos de su Hijo: El único Salvador. Formando todos los eslabones, desde la Inmaculada Concepción de María hasta la muerte y resurrección de Jesucristo, una sola cadena.
En 1854 se proclamó esta verdad de la Inmaculada Concepción como dogma de fe. Fue el 8 de diciembre cuando Pío IX mediante la Constitución Ineffabilis Deus lo proclamó solemnemente: “La Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por una gracia especial y por privilegio de Dios omnipotente, y en vistas a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano, ha sido preservada inmune de toda mancha de pecado original”.
Cuatro años más tarde 1858, en una pequeña gruta del pirineo francés la Virgen se aparece a una joven pastora de catorce años y le dice “yo soy, que era, la Inmaculada Concepción”. Bernadette Soubirous, la vidente, no entiende estas palabras, nunca las había oído, ni tampoco sabía nada de lo que había ocurrido en Roma.
Es en ese momento tan sublime de su Concepción Inmaculada, cuando se establece una relación directa entre la Mujer y el Espíritu Santo. María quería grabar en nuestros corazones esta gran noticia a través del corazón de una joven sin letras, lo grabó a fuego en santa Bernardita.
Por: Domingo Aguilera Pascual Creador del blog www.amigosdelavirgen.org y autor de los libros “Las Relaciones de María” y “Las Relaciones de José”