Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén

Feb 22, 2023

Después de la circuncisión, la Ley de Moisés establecía que el hijo primogénito debía ser presentado al Señor y después rescatado; además, la madre debía purificarse de la impureza legal contraída (Cfr. Ex 13, 2; 12-13. Lev 12, 2-8). Esta ofrenda de todo primer nacido recordaba la liberación milagrosa del pueblo de Israel de su cautividad en Egipto. Todos los primogénitos eran presentados a Yahvé, y luego eran restituidos al pueblo. Nuestra Señora preparó su corazón, como sólo Ella podía hacerlo, para presentar a su Hijo a Dios Padre y ofrecerse Ella misma con Él. Al hacerlo, renovaba su “hágase”, y ponía una vez más su propia vida en manos de Dios. Jesús fue presentado a su Padre en las manos de María. Nunca se hizo una oblación semejante en aquel Templo y nunca se volvería a ofrecer. La siguiente ofrenda la hará el mismo Jesús, fuera de la ciudad, en el Calvario.

María y José llegaron al Templo dispuestos a cumplir fielmente lo que estaba establecido en la Ley. La ley no obligaba a María, que es purísima y concibió a su Hijo milagrosamente. Pero la Virgen no buscó nunca a lo largo de su vida razones que la eximieran de las normas comunes de su tiempo. Como en tantas ocasiones, la Madre de Dios se comportó como cualquier mujer judía de su época. Quiso ser ejemplo de obediencia y de humildad: una humildad que la lleva a no ser excepción, por las gracias con las que Dios la había adornado, y a presentarse  aquel día, acompañada de José, como una mujer más. Así nos enseña a pasar inadvertidos entre nuestros compañeros, aunque nuestro corazón arda en amor a Dios, sin buscar excepciones por el hecho de ser cristianos: somos ciudadanos corrientes, con los mismos derechos y deberes de los demás.

Canto de alabanza de Simeón, 1631. Rembrandt van Rijn. Mauritshuis

Presentaron, como simbólico rescate, la ofrenda de los pobres: un par de tórtolas (Cfr. Lc 2, 24). Y allí les salió al encuentro el anciano Simeón, hombre justo, que esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo le manifestó lo que para otros estaba oculto. Simeón tomó al Niño en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo.

La liturgia de esta fiesta presenta la vida del cristiano como una ofrenda al Señor, expresada en la procesión de los cirios encendidos que se van consumiendo poco a poco, mientras dan luz. La procesión con los cirios encendidos significa la luz de Cristo anunciada por Simeón en el Templo, Luz para iluminar a las naciones, que se propaga en cada cristiano, que ha de ser luz en el lugar donde se encuentre en medio del mundo.

Simeón bendijo a los padres, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones (Lc 2, 34-35). Estas palabras dirigidas a la Virgen anuncian que Ella habría de estar unida íntimamente a la obra redentora de su Hijo. La espada de que habla Simeón expresa la participación de María en los sufrimientos del Hijo; es un dolor inenarrable, que traspasa el alma.

Por padre José Benito Cabaniña

 

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