Los Evangelios recogen las palabras de Jesús en griego, la lengua común de la zona, aunque él habló sobre todo arameo. Hay muy pocas excepciones y la más notable es esta frase desde la cruz: “«Eloí Eloí, lemá sabaqtaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)” (Mc 15:34 y Mt 27:46). ¿Por qué escriben esta frase en la lengua original? Es el principio del salmo 22, como su título, y si se traduce el título de una canción, resulta difícil reconocerla. Los evangelistas querían que los lectores lo reconocieran para que entendieran que Jesús les indicaba que ahí se profetizaba lo que estaba sucediendo.
Por ejemplo, “los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar »” (Mc 15:31) y también “confió en Dios, que lo libre si es que lo ama” (Mt 27:43), y en el salmo se lee: “Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere»” (Ps 22:7-9), y más adelante “ellos me miran triunfantes” (Ps 22:18).
El salmo anunció la crucifixión diciendo “me taladran las manos y los pies” (Ps 22:17), e incluso predijo lo que hicieron los soldados: “se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica” (Ps 22:19).
En la crucifixión, los verdugos descoyuntaban los huesos de los brazos a la fuerza para que mantuviera los brazos extendidos; el corazón iba perdiendo su fuerza sin lograr transmitirla al resto del cuerpo; y la pérdida de sangre producía mucha sed. Así lo expresa el salmo: “Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas; mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte” (Ps 22:15-16). Y, por último, rompieron las piernas a los dos ladrones, pero él estaba ya muerto y volvieron a cumplir el salmo: “puedo contar mis huesos” (Ps 22:18).
El salmo 22 lo escribió David 1000 años antes de Cristo como si “viviera” lo que iba a sufrir Jesús. Por eso es una de las cuatro profecías representadas en el techo de la capilla católica del Calvario, junto con Isaías 53:7, Daniel 9:26 y Zacarías 12:10.
Por el sacerdote don Joaquín Paniello