Cuando David murió le sucedió en el trono su hijo Salomón.
Al comenzar su reinado, Salomón se dirigió a Gabaón para ofrecer sacrificios a Dios y allí le pidió sabiduría. El Señor se la concedió en un grado tan extraordinario que Salomón llegó a ser el prototipo bíblico de rey sabio.
Su capacidad de discernir y, por tanto, de gobernar se muestra en la historia de las dos madres que vivían juntas y disputaban ante el tribunal de Salomón por un niño que había quedado vivo tras morir el otro aplastado por su madre al dormir. “El rey dijo: ‘Traedme una espada’. Enseguida presentaron la espada al rey, y el rey ordenó: ‘Partid en dos al niño vivo. Dad una mitad a ésta, y otra mitad a la otra’. La mujer de la que era el hijo vivo, al conmovérsele las entrañas por su hijo, suplicó al rey: ‘Por favor, mi señor, dadle a ella el niño que está vivo. No lo matéis’. Pero la otra decía: ‘Que no sea ni para mí ni para ti. Que lo partan’. Entonces habló el rey y dijo: ‘Dadle a la primera mujer el niño que está vivo, y no lo matéis. Ella es su madre’” (1 R 3,24-27).
Esa sabiduría también se puso de manifiesto en la organización del reino, contando con la colaboración de los ministros, secretarios y mayordomos necesarios, así como estableciendo un eficaz sistema de recaudación de impuestos.
Un aspecto notable de su reinado fue el impulso al comercio marítimo. En 1 Re 9,26 se señala que Salomón mandó construir una flota en Esyón-Guéber (Eilat), y que los servidores de Jirán de Tiro constituían la tripulación, junto con gentes de Salomón. En las excavaciones de Esyón-Guéber han aparecido las ruinas de una gran factoría para la fabricación de cobre, de la época salomónica. Salomón también promovió grandes construcciones en todo el reino: amplió las murallas de Jerusalén (1 R 9,15) y reforzó notablemente las fortalezas de Jasor, Meguidó y Guézer (1 R 9,15).
Su gran obra consistió en la edificación de un Templo en Jerusalén dedicado al Señor. Para ello buscó el apoyo de Jiram, rey de Tiro, para que le proporcionase las maderas necesarias para la construcción, reclutó obreros y dispuso los medios para que pudieran realizar su trabajo (1 R 5,15-32). Una vez terminado, tuvo lugar la solemne dedicación en la que ofreció holocaustos, oblaciones y sacrificios (1 R 8,1-66), y que estuvo precedida por unas palabras de agradecimiento al Señor y por una hermosa oración.
Esa larga y solemne oración constituye un modelo admirable de plegaria, como lo reconoce el Catecismo de la Iglesia Católica: “La oración de la Dedicación del Templo se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Éxodo. El rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a Él” (n. 2580).
Sin embargo, al cabo de los años, el corazón de Salomón se pervirtió amando a muchas mujeres extranjeras que lo llevaron a la idolatría y a abandonar al Señor en los últimos días de su vida. Después de reinar cuarenta años, Salomón murió (1 R 11,1-43).
Por don Francisco Varo, sacerdote