La fuerza del “aquí”: Pascua y Semana Santa en Jerusalén

Abr 10, 2018

Es otra Semana Santa. Nos sabemos la historia y posiblemente ya tengamos las tradiciones adoptadas desde la infancia… ¿Pero qué pasa cuando no solo se conmemora el día de los hechos, sino que se hace en el mismo lugar en el que sucedieron hace más de dos mil años? La Semana Santa y la Pascua se viven intensamente en Jerusalén y el “ir tras los pasos del Señor” nunca había tenido un sentido tan literal. Cada año, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa se encargan de que los peregrinos y los locales puedan experimentar las fiestas con una profundidad inigualable.

Desde la víspera del Domingo de Ramos, el barrio Cristiano de la Ciudad Antigua comienza a vibrar con la emoción de los preparativos para los próximos días: las palmas empiezan a verse por las calles, las iglesias tienen más flores que de costumbre en sus altares y los tambores de los scouts que ensayan para desfilar al día siguiente se escuchan desde más de una ventana.

Ya en Domingo de Ramos, la fiesta da inicio en la Basílica del Santo Sepulcro. Ahí, las palmas son bendecidas por el Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén —Mons. Pierbattista Pizzaballa— y posteriormente repartidas entre la asamblea y los concelebrantes que representan diferentes comunidades religiosas en Tierra Santa. Después, se hace una procesión de tres vueltas alrededor del Edículo.

Esa misma tarde se lleva a cabo el el evento más atendido de estos días: más de mil personas hacen el mismo recorrido que hizo el Señor cuando entró en la ciudad de Jerusalén. Saliendo de la Iglesia de Betfagé, peregrinos y locales atraviesan el monte de los Olivos entre bailes y cantos y pasan por Getsemaní para llegar a la Iglesia de Santa Ana, donde el Obispo da una bendición y ofrece unas palabras sobre la semana que comienza.

Cae la noche y las calles de Jerusalén revientan con el estruendo de tambores y gaitas de diferentes grupos de scouts de parroquias de toda la zona. Aquí, la comunidad cristiana mantiene la tradición de verlos tocar en muchas de sus celebraciones.

El siguiente gran día es el Jueves Santo, que da comienzo al Triduo Pascual. Este ano, Pizzaballa celebró la misa de la Coena Domini en el Santo Sepulcro. Al lado de 250 concelebrantes que renovaron sus votos sacerdotales, bendijo los santos óleos y llevó a cabo el lavatorio de los pies.

Por la tarde, los franciscanos programan otro lavatorio en el Cenáculo seguido de una procesión por la Ciudad Antigua que visita algunas iglesias armenas y sirias.

Ya llegada la noche, miles de personas acompañan a Jesucristo en su agonía y lo hacen desde el mismo Huerto de los Olivos. Con un recogimiento colectivo profundo, durante la Hora Santa en Getsemaní se lee el evangelio correspondiente a lo que sucedió ahí en varios idiomas. Más tarde, todos recorren el mismo camino que hizo Jesús tras ser arrestado. Cruzando el valle del Cedrón,

centenares de peregrinos y locales caminan hacia la Iglesia de San Pedro en Gallicantu, lugar que según la tradición es el sitio donde el Señor estuvo preso antes de ser condenado a muerte. Este año, la lluvia y la falta de paraguas no impidió completar el recorrido entre cantos y el rezo del Rosario.

Al siguiente día, Viernes Santo, el clima enfatizó el día de luto desde el amanecer. Eran las primeras horas de la mañana cuando a la plaza del Santo Sepulcro empezaron a llegar fieles con la intención de subir al Calvario para participar en la liturgia.

Ahí, en el reducido espacio en el que unos cuantos tienen la suerte de estar, los sacerdotes celebrantes junto al coro del Magnificat cantan la Pasión del Señor y después se hace una adoración del Lignun Crucis. A la celebración le sigue el rezo del Vía Crucis por la Vía Dolorosa dirigida por los franciscanos.

Por la noche, cientos de personas vuelven a reunirse en la Basílica del Santo Sepulcro para presenciar la procesión fúnebre. Con mucha piedad, se lleva un crucifijo con un Cristo articulado al Calvario y en el altar de la crucifixión se recuerda el descenso de la Cruz: tras bajar la figura del Señor, se lleva en una sábana a la roca de la unción, donde se le embalsama con aceites y se envuelve para portar al Sepulcro, como hicieron José de Arimatea y las Santas Mujeres.

Llega el Sábado y, en la Basílica del Santo Sepulcro, la Vigilia Pascual tiene la particularidad de celebrarse a primera hora de la mañana. Esto se debe al Status Quo de este templo, el cual establece horarios concretos para las celebraciones de las distintas comunidades a su cargo. A los católicos les corresponden las mañanas, por lo que la Vigilia se adelanta.

Suenan las campanas y retumba el Aleluya; aquellos presentes en el lugar más sagrado de la Tierra comparten la alegría de la fiesta con el resto del mundo: ¡ha resucitado!

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